viernes, 26 de octubre de 2007

Cosas de la vida


Hace diez días decidí emprender algo que para mi resultó hasta cierto punto agradable. De la noche a la mañana me convetí en "empresario" pozolero. El pozole es una comida típica mexicana elaborada con maíz, chile, cebolla, rábano, lechuga, orégano y carne.

Pues bien, quise ver el efecto que causaba el que yo saliera a la banqueta de mi casa a vender dicha comida. Puse mi mesita de la cervecería Corona, unas sillas también de la misma casa cervecera y una tamalera que es la que tenía el caldoso alimento. A partir de las 19:00 hrs., estaba listo para ofrecer mi producto a los transeúntes. Debo aclarar que el primer día de la venta, por la tarde, repartí volantes de casa en casa ofreciendo mi producto.


Pues bien, a lo que quiero llegar es a lo siguiente:
Ningún cabrón de mis vecinos se paró a comprarme un miserable tarrito pozolero. Eso sí, cuando les regalé la prueba aquel miércoles 17 de octubre, todos tragaron gratis de mi suculento pozole. De ahí en fuera, ni madre, ningún cabrón fue a verme siquiera para fisgonear.


Mis pensamientos hacia ellos eran encontrados. Los mexicanos siempre queremos ver jodidos a los compatriotas. Nos da envidia que se emprenda algo. Ya me imagino los deseos de esos cabrones: "pinche pozole culero que ha de vender ese buey, no le compro ni madre, que se chingue"


Afortunadamente cada noche vendí toda mi lata de caldo. Me compraron gentes que en mi vida había visto. Ellos me hicieron el gasto y mis ganancias han sido buenas estos diez días de lucha.


Mañana ya no salgo, solo quise comprobar algo que me dijo Ramón:
"Si quieres emprender algo, hazlo. Nunca pienses en que nadie te va a comprar nada. Si el de enfrente no te compra, lo hará otra persona. Tú aviéntate, hazlo y verás que sí se puede."


Y en efecto, sus palabras tenían toda la razón.


Nunca te fies de quien pienses que jamás te fallará.

miércoles, 10 de octubre de 2007

El baúl de mis recuerdos


El domingo pasado estaba revisando un viejo baúl situado bajo una escalera la cual lleva a la azotea de mi casa. Eran más o menos las diez de la mañana, ese día vendrían a desayunar mis primas con sus respectivos hijos.


Enfrascado en sacar lo que ya no me hacía falta no advertí la presencia de mi hija que estaba acompañada de mis sobrinos atrás de mí. La edad de ellos fluctúa entre los once y seis años de edad.

-"Tío". Escuché la voz de Diego. En ese preciso momento mis manos tomaban una bolsa de canicas. Voltee a saludarlos.

-"¿Qué es eso?", preguntaron al unísono los niños. Mi hija, sintiendo que tenía el derecho de ver primero que nadie lo que había en esa bolsa extendió su mano para que se la diera.

Curiosos se asomaron a ver el contenido.

-"¡Wow!" ¡Qué padre! Exclamó Alejandro. ¿Qué es tío?

-"Canicas" Respondí.

Los cuatro niños se quedaron mirando entre sí. Atónitos. No sabían el significado de lo que les hablaba.

-"¿Canicas?" Preguntó Samuel.

-"Sí, canicas" Les contesté. Son juguetes.

Los niños no salían de su asombro. ¿Cómo era posible que esas cosas insignificantes sirvieran para causar diversión? No eran digitales, ni usaban pilas ni se conectaban a la PC o al televisor.

-"¿Juguetes?" Volvieron a preguntar más asombrados que nunca.

Reí, tomando unas, les explique de que se trataba dicho jueguito. Les dije que se jugaban en la calle. Que teníamos que hincarnos en la tierra para que el juego resultara más divertido.

-"¿Jugar en la calle?, ¿se podía hacer eso? Cuestionó mi hija.

Suspirando como añorando viejos años idos le respondí:
-"Sí, hija. Antes los niños jugábamos en la calle. No había donde ir a hacerlo. No había McDonalds, ni Burger King ni los grandes lugares de esparcimiento que hay ahora en los enormes centros comerciales. Nuestro patio era la calle. Ahí jugamos, peleamos, lloramos, reímos; en la calle crecimos y nos hicimos adultos".

Yo, entusiasmado les enseñé mi trompo de "raiján" con su punta de tornillo, también mi yoyo y mi balero. Les mostré como se jugaban. Cabe decir que por más intentos que hicieron jamás lograron dominar aunque fuera un poco cualquier artefacto.

Lo que más les llamó la atención fueron las canicas. Se hincaron en el caliente cemento de la azotea. Trataron de empezar a hacer tiritos. Escuché sus risas. Se oía el tronar de las esferas de cristal, más risas. Discutían por ver quien le había pegado primero a tal o cual canica...más risas...más risas.

Los dejé jugar, regresé a mis cosas. A mi baúl cayeron dos gotas, mi vista estaba nublada... A unos pasos de mi, se oían... más risas.










sábado, 6 de octubre de 2007

Nunca obtengo lo que quiero


Siempre ando renegando de todo y contra todo.
Me quejo si me quieren o no, si soy comprendido o ignorado, en fin.

Leyendo a mi querida amiga Lizeth decubro hoy ciertas cosas.

Hoy en día tengo a lo que yo creo querer... pero no de tiempo completo. Como que nada más de lejitos y a determindas horas, no para siempre.

Siento que me ahogo con tener compañía a cualquier hora. Sin embargo... a veces me quejo de soledad...

¡Qué contadicciones de la vida!